Ya transitamos el año 2025, cargado de dudas y expectativas. El mundo cambia aceleradamente hacia una nueva era plenamente impredecible. Los cambios de época siempre alimentan sueños y, también, pesadillas. Además, influyen en la vida de los pueblos, en las instituciones políticas y en los vínculos con el mundo.
Nuestro país vive intensamente este giro de la historia con la presidencia de Javier Milei, un líder que emergió sin partido propio y con un proyecto radicalmente opuesto, no solo a la hegemonía kirchnerista, sino también a discursos y convenciones políticas generalizadas. Casi un desconocido hasta hace pocos años, se convirtió en presidente con el 56% de los votos, prometiendo ajustes, sacrificios, eliminación de subsidios a los servicios públicos y poniendo como eje de su presidencia el superávit fiscal y la lucha contra la inflación.
Su fortaleza consistió en hablar con toda claridad sobre la destrucción social producida por dos décadas de emisión sin límites, despilfarro en medidas demagógicas y, especialmente, por la utilización del Estado en beneficio de una élite cada vez más distanciada de la gente.
La sociedad, saturada de fracasos en un país que venía cuesta abajo, con la pobreza, el deterioro educativo y la cada vez más baja calidad de los sistemas sanitario, laboral y previsional, votó al diferente.
En diciembre de 2023, mientras Cristina Kirchner reconocía que dejaban el gobierno en una crisis de estanflación, con las arcas vacías y la inflación galopante, muchos se sentían al borde del abismo.
Un año después, el equilibrio fiscal sostenido comienza a recuperar la confianza internacional en el país.
Con las reservas de dólares para cumplir los compromisos financieros internacionales, un acuerdo con cinco bancos le permitió al gobierno acceder a US$ 1.000 millones (la oferta inicial de los bancos había sido de US$ 2.800 millones) a través de una operación con títulos que vencen en dos años y cuatro meses.
Mientras tanto, Javier Milei ha conservado la confianza de casi la totalidad de sus votantes, a pesar de que las medidas y los sacrificios prometidos se han cumplido. Se frenó la inflación tanto en los precios al consumidor como en los mayoristas, generándose así una estabilidad inimaginable en el verano anterior.
Al mismo tiempo, al desarticular a las organizaciones piqueteras mediante el sencillo método de eliminar las intermediaciones corruptas y pagar directamente el beneficio a los hogares, se terminó con veinte años de extorsión y cortes permanentes de calles y rutas.
Sin embargo, ninguna crisis se resuelve con medidas exclusivamente fiscales ni en poco tiempo.
El país transita un camino complejo. La radicalización de una economía libertaria puede llevar a una apertura económica sin redes de contención social, si el Estado no sostiene los roles de cohesión ciudadana que le asigna la Constitución Nacional. La sobrevaluación del peso frente al dólar, en algún momento, puede tornarse un arma de doble filo que debilite las exportaciones industriales y profundice la primarización de la economía.
Además, el gobierno no debe desentenderse de los desequilibrios presupuestarios y de la paralización de las obras públicas que denuncian las provincias.
El desafío para Javier Milei y sus colaboradores será optimizar la gestión.
Reducir significativamente el número de impuestos que se cobran en el país será una decisión histórica si se hace responsablemente; es decir, sin desfinanciar al Estado y sin profundizar la ya enorme crisis social.
El balance positivo de este año lo mide la confianza social que aún genera el gobierno. Pero hará falta mucha sabiduría para recuperar la calidad institucional y el sistema democrático, y para lograr acuerdos básicos con los partidos, los gremios y las instituciones históricas sobre políticas de Estado que garanticen el desarrollo y la modernización de la Argentina.
Fuente: El Tribuno | Salta