Las nuevas tecnologías pueden ayudar a hacer una justicia mejor

El mundo actual se caracteriza por una transformación veloz y vertiginosa, donde los avances tecnológicos y los cambios sociales redefinen constantemente la realidad que nos rodea. Nos encontramos en un universo hiperconectado, donde los límites entre lo físico y lo electrónico se han difuminado, dando paso a una revolución integral que abarca todos los aspectos de nuestra existencia.

En esta era de hiperconexión podemos advertir que se ha desencadenado una ola de cambios sin precedentes en todos los ámbitos de la vida. Se están redefiniendo los límites de lo viable, abriéndose un sinfín de posibilidades no solo para el futuro sino para este momento. En ese marco, el modo de dominio hoy reinante se basa en datos y su procesamiento, mediante algoritmos que nos llevan a estar inmersos en lo que se ha dado en llamar “régimen de la información” (Byung–Chul Han, Infocracia), impulsando fuertes redefiniciones a una sociedad que ahora sólo acepta respuestas inmediatas.

Vivimos también hoy bajo el acecho de la posverdad, donde los hechos objetivos y reales tienen menos credibilidad o influencia que los sentimientos y creencias de los individuos, al punto tal que muchas mentiras evidentes se asumen como si fuesen verdad, sólo porque así se sienten y donde las fake news son tenidas como algo normal.

Así, el ámbito jurídico –desde la investigación hasta la resolución de conflictos– se enfrenta a un desafío sin precedentes: la tecnología disponible tiene el potencial de resolver muchos problemas globales pero también puede generar serios peligros y desafíos, por lo que es nuestro deber aprovechar al máximo las oportunidades que presenta, utilizándola de manera responsable y ética para construir un futuro más justo y equitativo.

Herramientas disponibles

Con las nuevas tecnologías y, en particular, con la Inteligencia Artificial (AI), el Big Data y la Computación en la Nube, se pueden hacer grandes aportes que complementen y fortalezcan al razonamiento lógico jurídico, generando una sinergia poderosa que viene a reafirmar una de las características del ser humano, consistente en incrementar sus capacidades por medio de herramientas y artefactos.

La inteligencia artificial (AI) se concreta a través de algoritmos computacionales, es decir, instrucciones precisas que debe seguir una computadora para que ejecute ciertos comandos. Estos algoritmos están hechos de una manera tal que las respuestas de la máquina sean lo más parecidas posible a lo que serían las reacciones de un cerebro humano y, por lo tanto, menos lineales y constantes que las de una maquina tradicional, al incluir subcampos como el machine learning y el deep learning, que usan algoritmos que pueden aprender de los datos y mejorar recursivamente sus resultados, respondiendo de manera diferente en cada caso, y además aprender de cada uno de ellos.

A su vez, con la disponibilidad del Big Data o datos masivos, se puede procesar y analizar un conjunto de información de interés extremadamente grande, mensurable en petabytes (PB), exabytes (EB) o incluso zettabytes (ZB), tales como registros documentales, datos jurisprudenciales, legislación actualizada y reglamentos, como así también derecho comparado y doctrina que permita identificar patrones, tendencias y relaciones entre ellos, en distintos formatos y fuentes, emergiendo así una poderosa herramienta para optimizar la resolución de disputas legales.

En ese sentido, la capacidad de análisis masivo, que ya supera ampliamente toda capacidad imaginable de procesamiento del cerebro humano, permite a los juristas encontrar precedentes relevantes, analizar y comparar argumentos legales, extraer información clave de documentos complejos, como contratos y acuerdos, en múltiples idiomas, en formatos tan distintos como escritos, audio y videos, logrando ahorrar tiempo y esfuerzo en la investigación y análisis de casos, y colaborando –en definitiva– en la toma de decisiones más informadas, al tener el potencial de generar argumentos legales a partir de un conjunto de hechos y normas jurídicas, que pueden ayudar a resolver los casos de manera más justa, eficiente y efectiva.

.La computación en la nube, también conocida como cloud computing, es un modelo de acceso a la tecnología a través de internet, que permite que cada persona o institución, en lugar de contar y administrar hardware y software de su propiedad, puedan ellas acceder a recursos informáticos compartidos, como servidores, almacenamiento, bases de datos, redes, software y aplicaciones, a través de la nube, generándose así reducción de costos, mayor agilidad y escalabilidad.

Ahora bien, es en este punto donde puede radicar una de las debilidades de la incorporación de tecnología, puesto que la contracara del magnífico acceso a los servicios del cloud computing, es la denominada “caja negra” consistente en la habitual falta de transparencia en los algoritmos que utilizan las empresas que los operan, ya que los usuarios no tienen mayormente control sobre cómo se procesan sus datos o cómo se toman las decisiones algorítmicas que los afectan, lo que además de volver potencialmente opacos los razonamientos, pueden también generar problemas tales como sesgos, bias y ruidos.

Menos problemas éticos y de fondo parece presentar la tecnología que facilita la automatización de tareas repetitivas, como la redacción de documentos legales, la búsqueda de la información o el análisis de documentos, lo que puede liberar tiempo para que los juristas se enfoquen en tareas más complejas que requieren análisis y razonamiento donde la intervención humana sea más importante.

Sin dudas estas herramientas optimizan la estrategia legal de abogados como también apuntala la tarea de los jueces, quienes pueden utilizar los pronósticos de la AI para ajustar sus esfuerzos, enfocándose en los aspectos más relevantes del caso.

Sin perjuicio de este inicial análisis positivo que vislumbra un futuro prometedor para transformar la resolución de disputas y fortalecer la búsqueda de la justicia, es importante recordar que la AI y su tecnología asociada no son ni deben ser más que herramientas, y como tales, deben utilizarse de manera responsable y ética, garantizando que los sistemas sean transparentes, con procesos internos y algoritmos cristalinamente públicos, libres de sesgos y utilizados en estricto apego a los principios legales y éticos.

En el interior del razonamiento jurídico encontramos que la toma de decisiones se apoya en la lógica para su correcto funcionamiento, pudiendo utilizarse los dos grandes tipos de enfoques, tanto el de la lógica binaria o matemática de verdadero o falso, cuanto de la lógica difusa o fuzzy logic, conocida como lógica suave, borrosa o fuzzy, que surge como una alternativa para tratar con la incertidumbre y la ambigüedad tan común en el mundo real, al basarse en un enfoque para el tipo de razonamiento en grados de verdad en lugar de valores absolutos de verdadero o falso, como por ejemplo, determinar si un objeto es “alto” o “bajo”, si una temperatura es “caliente” o “fría”, si un destino está “lejos” o “cerca”.

La lógica difusa y la inteligencia artificial (IA) están, pues, estrechamente relacionadas, ya que ambas son aptas para el desarrollo de sistemas que puedan razonar, representar el conocimiento de manera natural, manejar la incertidumbre y tomar decisiones robustas de manera similar a como lo hacen los humanos, lo que convierte a esta lógica en una herramienta valiosa para una amplia gama de aplicaciones de IA.

Recurriendo a lo dicho por el tecnólogo Marcelo Rinesi, del Instituto Baikal, recomendando la lectura de sus múltiples trabajos, “la tecnología ya está, lo que aún no está es nuestra capacidad mental de usarla”. Hay que abrir los ojos y la mente, pues, la tecnología está disponible y la misma está ya siendo usada en el escenario de las normas, de los juristas y de los tribunales.

A los operadores del derecho más jóvenes, la aplicación de inteligencia artificial (IA) y demás herramientas tecnológicas al proceso judicial seguramente les resulta más amigable que a quienes nacimos en un mundo mecánico, pasamos por el analógico y hoy nos encuentra en el digital y debemos adaptarnos al enorme cambio de mentalidad que impone la nueva realidad.

Tal como sostiene Juan Corvalán (“Inteligencia Artificial GPT–3, PretorIA y oráculos algorítmicos en el Derecho”), cuesta cambiar radicalmente el paradigma clásico del derecho procesal: de proceso iterado, secuencial y fragmentado, a uno simultáneo, instantáneo y colaborativo.

La clave está en innovar y razonar de modo diferente acerca de las cuestiones de siempre. Hay que comprender que las nuevas tecnologías no son meras herramientas que hacen mejor justicia, sino que se hace justicia de otro modo, con el resultado adicional de que, en efecto, puede ser también una justicia mejor y nos muestra que es posible pensar y diseñar una nueva forma de prestar el servicio.

Fuente: El Tribuno | Salta