No hay nada para festejar tras la consolidación del veto a la ley de financiamiento universitario. Para Javier Milei, es una muestra de capacidad de resiliencia a pesar de la fragilidad parlamentaria de su gestión. No se trata exactamente de un triunfo. Sin embargo, sí es un logro poder sostener su programa económico, aunque sea a fuerza de vetos.
Para el Congreso, a su vez, debería motivar una introspección acerca de algo que se viene vislumbrando desde hace tiempo: la crisis de identidad de la institución parlamentaria. ¿Qué entienden por “representación”? ¿Alguien puede creer que los opositores que ayer engolaron su garganta para defender a la educación pública son la expresión de la “voluntad popular”?
Porque sancionar una ley que ordena un gasto del Estado sin asignar explícitamente la fuente de recursos es una ley mal hecha. De la misma manera que era una ley mal hecha la que ordenaba un 8% de aumento para los jubilados, para compensar la pérdida de poder adquisitivo en los últimos meses y, al mismo tiempo y de hecho, consagraba como hecho consumado el deterioro del 35% de los cinco años anteriores.
La realidad es que la calidad de la enseñanza argentina viene degradándose en una caída uniformemente acelerada por razones que obligarían a todos los poderes del Estado y a los dirigentes universitarios a dejar de lado la especulación, el ideologismo y, sobre todo, el anquilosamiento de ideas y proclamas de un siglo atrás, y comenzar a pensar, en serio, en el futuro.
Suena a una quimera.
Basta pensar en el docente Patricio Zain, profesor de Astronomía en la Universidad de La Plata, que celebró “la hermosa violencia” del acto patoteril de un grupo de activistas que agredieron a tres funcionarios y a un grupo de alumnos militantes de LLA, a los que impidieron reunirse en la casa de altos estudios. O la persecución de ayer al terminar la sesión, cuando un grupo de manifestantes salió a la caza de un influencer libertario al que acorraló en un comercio, al estilo de los fascistas de Mussolini.
No se defiende la universidad pública con cortes de calles para una pantomima anticuada de clases públicas. ¿Qué pretenden visibilizar? ¿Lo que todos sabemos?
Es claro que la universidad, la investigación científica, el desarrollo tecnológico no se solucionan con motosierra ni suponiendo que la educación es una pérdida de tiempo que intoxica a los jóvenes. Pero ni el actual, ni los anteriores gobiernos de las últimas décadas han logrado fortalecer el sistema educativo de todos los niveles, empezando por las salitas de dos y tres años, privadas o públicas para afrontar “la tragedia educativa”, de la que hablaba Guillermo Jaim Etcheverry hace más de tres décadas. Una tragedia real, que se refleja en las evaluaciones, en la deserción escolar, y en la desorientación de generaciones enteras al concluir la enseñanza media. En simultáneo, en parte causa y en parte consecuencia, la pobreza y el desempleo siguen avanzando por una curva ascendente que muestran a la Argentina como un país en vías de disolución.
La introspección debería ser colectiva. ¿Cree la generalidad de los argentinos en la democracia? La experiencia de las últimas cuatro décadas, en parte por situaciones económicas provenientes del exterior, sin dejar de observar la progresiva marginalización y fragmentación de América latina, pero fundamentalmente por la incapacidad endógena de construir políticas de Estado está postergando al país en la nueva era que amanece en el mundo.
Las pulseadas, la grieta y la obsesión por las próximas elecciones son el peor camino que puede tomar la política. Pero por ese sendero seguimos marchando.
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