Recuerdo aquel cuento que me contaba mi tía Nelly, sobre un rey que ofrecía la mano de su hija a quien le trajera una flor que jamás hubiese sido vista. Príncipes de todas partes fracasaban en su intento, hasta que un humilde campesino, con su astucia, reveló la flor oculta dentro de una manzana y que se podía ver solo cortando la manzana de forma transversal. Esa historia siempre me recordó que muchas veces lo más extraordinario no es lo que buscamos fuera, sino aquello que no sabemos ver aún.
Así sucede con la Inteligencia Artificial (IA), esa flor que empieza a desplegar sus pétalos ante nuestros ojos, aunque aún no sepamos comprenderla del todo. Mientras unos alertan sobre sus peligros, otros celebran los beneficios que traerá. Ambas visiones tienen razón, pues la IA, como toda tecnología, es un reflejo de quiénes somos: creadora de oportunidades y, al mismo tiempo, portadora de desafíos y peligros.
A lo largo de la historia, los avances tecnológicos han transformado nuestras vidas al multiplicar nuestra fuerza, aliviando el esfuerzo físico y dándonos herramientas para construir sociedades más complejas. Sin embargo, la IA es diferente. Por primera vez, esta tecnología no solo mejora nuestro uso de la fuerza, sino que incursiona en el terreno más íntimo y preciado del ser humano: la inteligencia.
Es, como el campesino del cuento, una herramienta que revela lo que no se ve, transformando profesiones y desafiando lo que creíamos inmutable. Un abogado puede servirse de la IA como asistente para explorar la profundidad de la ley; un arquitecto puede diseñar junto a ella, encontrando formas que nunca imaginó; un médico puede descifrar diagnósticos con precisión sobrehumana; un programador puede construir sistemas apoyándose en las sugerencias de un colaborador incansable, y como estos miles de ejemplos, entre ellos las ultimas noticias nos dicen que la inteligencia artificial está impulsando beneficios significativos en diversos sectores. En Argentina, el presidente Javier Milei ha anunciado la construcción de una cuarta central nuclear para satisfacer la creciente demanda energética generada por el uso de la IA, buscando posicionar al país como líder en la “revolución energética” global. En España, el Hospital Universitario de Cuenca será pionero al incorporar resonancias magnéticas con IA, mejorando la calidad de los diagnósticos y reduciendo tiempos, mientras avanza en tratamientos oncológicos de alta tecnología. En Kenia, la empresa M-Situ ha implementado dispositivos basados en IA que detectan tala ilegal e incendios forestales, logrando reducir estas actividades en un 47% en el bosque de Ngong, demostrando el potencial de la tecnología para la conservación ambiental. La IA, como la flor oculta en la manzana, revela dimensiones que antes estaban fuera de nuestro alcance.
Pero aquí yace el verdadero desafío: ¿estamos listos para ver la flor? Al igual que la princesa del cuento, debemos aprender a mirar más allá de lo evidente, adaptándonos a un mundo que exige nuevas formas de enseñar y aprender. Las universidades y los sistemas educativos son los jardines donde debemos cultivar esta capacidad. Los programas de estudio deben reinventarse para preparar a las nuevas generaciones a no solo usar la tecnología, sino también a dialogar con ella, a moldearla y, sobre todo, a humanizarla.
El otro punto de vista considera que la IA está en pleno proceso evolutivo, avanzando a una velocidad exponencial que redefine los límites de lo posible. Hoy, su capacidad para resolver cálculos complejos, razonar sobre problemas específicos y emitir diagnósticos acertados, depende en gran medida de la habilidad del operador humano para guiarla. Sin embargo, el horizonte que se proyecta plantea interrogantes profundos.
Por primera vez en la historia, el dominio humano en el campo intelectual se ve cuestionado. La IA no solo automatiza tareas repetitivas, sino que empieza a incursionar en esferas que antes se consideraban exclusivas del intelecto humano. Este avance ha generado las dos corrientes de pensamiento que planteamos: como dijimos, una que celebra las posibilidades de un futuro colaborativo entre humanos e inteligencia artificial, y otra que señala los riesgos de un desarrollo descontrolado que podría escapar a nuestro control.
La preocupación principal radica en la capacidad emergente de la IA para procesar datos y tomar decisiones en contextos cada vez más amplios. Aunque estas “decisiones” siguen siendo determinadas por los datos y algoritmos creados por los humanos, la velocidad y la escala de su procesamiento plantean desafíos éticos y prácticos sin precedentes. Este es el núcleo del temor: la posibilidad de que la IA, en su evolución, pueda superar no solo las capacidades humanas en tareas específicas, sino también nuestra habilidad para prever y regular sus acciones. Y todo esto sin llegar a plantear la posibilidad que Adquiera conciencia, que es un punto de discusión para otro artículo.
A diferencia de las revoluciones tecnológicas previas, donde el ser humano mantuvo su posición como árbitro supremo, la IA introduce una disrupción única. Si bien es cierto que la comparación entre un “Tyson” y un “bebé” ilustra el contraste entre la potencia tecnológica y nuestra vulnerabilidad inicial, una metáfora más precisa podría ser la de un socio poderoso que requiere una guía clara para no convertirse en un competidor desenfrenado.
En este campo, de los que se muestran preocupados y advierten sobre los peligros de la IA, también hay ejemplos fácticos tales como las noticias donde se puede ver que la inteligencia artificial plantea riesgos significativos en diversas áreas. En EE. UU., el software SafeRent perjudicó a inquilinos como Mary Louis al reforzar sesgos raciales y violar leyes de equidad, lo que llevó a sanciones contra la empresa. En reconocimiento facial y de voz, activistas denunciaron cómo los sistemas de IA excluyen a personas transgénero, reflejando prejuicios sociales en áreas críticas como la seguridad y el acceso a servicios básicos. En conflictos bélicos, como la guerra entre Rusia y Ucrania, el uso de drones autónomos equipados con IA genera dilemas éticos y estratégicos por la deshumanización del combate y el riesgo de errores fatales. Además, en España, algoritmos de detección de fraude provocaron el cierre injustificado de cuentas bancarias, afectando a clientes legítimos. Estos ejemplos reflejan los riesgos crecientes, especialmente ante la posibilidad de que la IA desarrolle mayor independencia y se aleje del control humano.
Volviendo a la analogía del cuento, así como la princesa enfrentó el reto de reconocer una flor que nunca había visto, hoy nosotros nos enfrentamos a una revelación similar con la inteligencia artificial. Pero esta flor, lejos de ser simplemente un hallazgo curioso, plantea un desafío existencial. Es una creación que no solo nos asiste, sino que comienza a compartir con nosotros el trono del intelecto, un territorio que siempre creímos exclusivamente humano.
Hasta ahora, las revoluciones tecnológicas habían multiplicado nuestra fuerza física, dejándonos siempre como soberanos de la razón. La IA, sin embargo, es distinta. Resuelve cálculos a velocidades imposibles, razona con una precisión que sorprende y nos asiste en diagnósticos y decisiones complejas. Como el campesino que mostró la flor oculta en la manzana, la IA nos revela posibilidades que no habíamos imaginado. Pero, al mismo tiempo, nos confronta con una pregunta inquietante: ¿seguiremos siendo los únicos dueños de la inteligencia?
Ese es el núcleo del temor que muchos sienten. La IA, en su capacidad de decidir dentro de los límites que le imponemos, ya se vislumbra poderosa y aparentemente imparable. Sin embargo, esta narrativa puede cambiar si aprendemos a convivir con esta nueva inteligencia como un aliado, no como un adversario.
El verdadero desafío no radica solo en el avance de la IA, sino en cómo los humanos eligen diseñarla, regularla e interactuar con ella. Se hace necesario garantizar que la IA no sea un reemplazo, sino un complemento que potencie nuestras capacidades y nos permita abordar problemas globales de manera más eficiente y equitativa. Si logramos esto, no será una cuestión de ser superados, sino de trascender juntos hacia un nuevo horizonte de posibilidades.Aunque el curso de los acontecimientos parece conducirnos hacia la creación de un nuevo ente inteligente que avanza inexorablemente hacia su independencia.
Fuente: El Tribuno | Salta