El país necesita un acuerdo, pero la grieta no cede y es el gran obstáculo

El martes, apenas pasada la medianoche del lunes, el presidente Javier Milei encabezará en Tucumán la conmemoración de los 208 años de la declaración de la Independencia y rubricará con la mayoría de los gobernadores el Pacto de Mayo, con un mes y medio de atraso, ya que la demora en la sanción de las Ley Bases impidió concretarlo el 25 de mayo, tal el anuncio inicial del mandatario.

El pacto es un decálogo estructurado de acuerdo con el dogma libertario y que apunta a compromisos de austeridad fiscal, aunque brillan por su ausencia temas esenciales de la crisis nacional. En la perspectiva de la escuela austríaca- de la cual Milei se considera discípulo y admirador – la pobreza, el desempleo, la seguridad social, las necesidades básicas insatisfechas son consecuencias del dispendio fiscal y de la falta de libertad del mercado. La educación fue incluida por la presión de los radicales y no porque en la mirada de La Libertad Avanza sea un tema liminar.

No estarán todos los gobernadores en Tucumán. Axel Kicillof, empeñado en consolidarse como la contracara de Milei y liderar al debilitado peronismo, ya anunció su rechazo. De paso, no deja de repetir su dogma hiperestatista que aplicó como ministro de Cristina Kirchner y cuyos resultados están a la vista. Tampoco irán Ricardo Quintela (La Rioja), que ya lanzó su bono provincial, ni Gildo Insfrán, desde hace tres décadas gobernador de Formosa, ni Sergio Ziliotto (La Pampa) ni Gustavo Melella (Tierra del Fuego).

Las aspiraciones del Gobierno son ambiciosas. La convocatoria invita a un compromiso y a la creación del Consejo de Mayo, con la voluntad de una “refundación de la Patria”.

Los diez puntos planteados expresan la decisión de establecer otras tantas políticas de Estado que, según sus redactores, volverían a colocar al país en el camino del crecimiento.

Algunos tienden a asimilarlo a una suerte de Pacto de la Moncloa. Extraño. A priori, da la impresión de que lo que propone Milei es una utopía, ya que él sostuvo hace poco en varios congresos de la derecha europea que “vivo en un país de zurdos”. Obviamente, se trata de una de tantas afirmaciones “al aire”, que diluyen la idea de pacto.

La Argentina presenta hoy un espectro de decadencia que requiere, para salir, un consenso muy fuerte que este decálogo no va a alcanzar, porque no aborda los temas sociales que la mano invisible del mercado ignora.

La gran deuda

El derecho sobre la propiedad privada está plasmado en la Constitución de 1853. La legislación argentina contempla también la posibilidad de expropiación bajo ciertas condiciones. Expropiar un lote e indemnizar al propietario para construir una ruta nacional no es violar la propiedad privada.

Las ocupaciones ilegales de lotes y propiedades se han hecho frecuentes en las últimas décadas, ya sea por personas que no tienen dónde vivir o por organizaciones oportunistas que, en nombre de los derechos indígenas tienden a quedarse con viviendas o áreas apetitosamente productivas. Aquí cabe una pregunta: qué rol va a cumplir el Estado para garantizar, sin dádivas, que todas las personas puedan aspirar a la vivienda propia. Esto no es socialismo, sino una exigencia explícita de la visión liberal sobre la condición humana.

El segundo compromiso establece que el equilibrio fiscal será innegociable. Y añade que el gasto público jamás debe superar el 25% del PBI. Es cierto que desde 2011 el gasto público se duplicó, junto con la crisis del empleo, el aumento de la pobreza, el dispendio para financiar la política oficialista y las personas dependientes del Estado para vivir. Pero, además de la deuda social, la principal fuente del déficit fiscal es el endeudamiento interno, como la emisión de títulos a tasas desorbitantes que obligan al re-endeudamiento constante del Estado. Las cifras de esos intereses reciclados supera largamente el gasto social. El equilibrio fiscal, a veces, puede alterarse por necesidades imperiosas; a la vez, no se garantiza con voluntarismo sino con absoluta transparencia en la gestión – un déficit mucho más pesado que el fiscal – y con políticas productivas, con valor agregado y muy competitivas, que la Argentina no ha logrado encaminar hace décadas.

Un acuerdo no es un decálogo que imagina la realidad como un objeto inmóvil. Es un conjunto de coincidencias orientadas a establecer objetivos comunes. Economías sólidas como las de EEUU, Japón, Francia, Gran Bretaña, Alemania e Italia, Brasil y México alternan años de superávit y déficit. En Europa el gasto público supera el 40% del PBI, Japón el 42%, EEUU el 36% y China el 33%.

La gestión, otro déficit

Para depurar el gasto público es imprescindible un trabajo fino y cuidadoso. El escándalo de los alimentos almacenados y a punto de vencerse de los que el Ministerio de Capital Humano no se había enterado en cuatro meses es un dato para tener en cuenta.

También lo es que la ausencia de planes económicos, la adulteración de las estadísticas, la politización de las organizaciones de desocupados y la negación de la pobreza son la contracara de este decálogo y son, también, la razón del desprestigio de la dirigencia política.

El Consenso de Mayo es una definición de criterios de políticas fiscales y de objetivos complejos, como una educación de calidad, las reformas laboral, tributaria y previsional, el estímulo a la actividad productiva y la apertura comercial. Pero, aplicados sin pericia, van a obstaculizar los objetivos propuestos.

Es muy importante que un presidente como Milei, más predispuesto al chicaneo, la pelea y la descalificación invite a una mesa de acuerdos. También es cierto que, rápidamente, debería moderar su vocabulario y sus espectáculos de stand up, que destruyen cualquier forma de entendimiento.

Los 10 puntos del Pacto

1- La inviolabilidad de la propiedad privada.

2- El equilibrio fiscal innegociable.

3- La reducción del gasto público a niveles históricos, en torno al 25% del Producto Bruto Interno.

4- Una educación inicial, primaria y secundaria útil y moderna, con alfabetización plena y sin abandono escolar.

5- Una reforma tributaria que reduzca la presión impositiva simplifique la vida de los argentinos y promueva el comercio.

6- La rediscusión de la coparticipación federal de impuestos para terminar para siempre con el modelo extorsivo estatal que padecen las provincias.

7- El compromiso de las provincias argentinas de avanzar en la explotación de los recursos naturales del país.

8- Una reforma laboral moderna que promueva el trabajo formal.

9- Una reforma previsional que le dé sostenibilidad al sistema y respete a quienes aportaron.

10- La apertura al comercio internacional, de manera que la Argentina vuelva a ser la protagonista del mercado global.

Otra forma de abordar los desacuerdos

El país no necesita una refundación, sino una sensata toma de conciencia sobre los desequilibrios que se producen en su interior y la inestabilidad política internacional. La política del corto plazo, de las chicanas y los fundamentalismos sigue vigente, pero la ancha franja del medio, la que transitan el sentido común y las aspiraciones de la gente requiere otras respuestas. Y nada se construye destruyendo.

Francos y Caputo con gobernadores, entre ellos Sáenz, que firmarán el pacto.

El verdadero acuerdo, que no se ha logrado en medio siglo, exige deponer ambiciones y peleas irresponsables y asumir problemas que crecen exponencialmente:

– La educación en todos los niveles, incluida la investigación universitaria es una cuestión mucho más importante que el déficit fiscal: es la reserva más poderosa del país y ya no admite la politización que le imponen personajes como Hugo Yasky o Roberto Baradell, o, en la barricada opuesta, Bertie Benegas Lynch que propone la alfabetización optativa. La educación es esencial en la perspectiva de la filosofía liberal (en serio) y de la democracia. Pero, además, es la condición básica del desarrollo de un país.

– El crecimiento sostenido de la pobreza tampoco admite improvisaciones. La desigualdad es una navaja que parte a la sociedad y es responsabilidad de los poderes del Estado abordarla y resolverla.

– Una reforma laboral que intente retrotraer las relaciones entre la patronal y los asalariados al período anterior a 1916 (tomando como referencia la fecha que, según Milei, comenzó la debacle argentina) es inviable, de todo punto de vista. Pero mantener la situación actual, donde la elite sindical privilegia al gremio por sobre los trabajadores y se desentiende de los empleados no registrados o de los desocupados, también es inviable.

– El sistema previsional es insostenible. El pacto privilegia a quienes han realizados los aportes a lo largo de su vida. La responsabilidad del Estado, sin embargo, debe abarcar a todos los ciudadanos.

– Como escenario de fondo, es imprescindible que todos los que tienen poder de decisión, presidente, gobernadores, intendentes y legisladores, tomen conciencia de que el mundo vive un clima geopolítico de inestabilidad, que también involucra a la Argentina, y que el futuro inmediato, signado por el avasallante desarrollo tecnológico, exige mirar con absoluta lucidez el presente.

Un giro copernicano

De parte de los gobernadores y legisladores, queda pendiente comenzar a pensar en serio al país del futuro. Los desequilibrios en desarrollo humano, participación en el PBI y capacidad de recaudación propia hablan de un país fracturado, que una crisis geopolítica podría transformar en tres países distintos. Los bolsones de marginalidad en el inmenso conurbano, el auge del crimen organizado en Rosario de Santa Fe, la vulnerabilidad de las fronteras y otras áreas urbanas y rurales marginalizadas comprometen la soberanía del Estado. En ese contexto, incentivar la actividad productiva, crear infraestructura y optimizar la educación son puntos clave.

Esta debe ser la perspectiva para discutir la reforma tributaria, la descentralización de la recaudación y el cambio de sentido de la coparticipación federal. Que las provincias vivan de lo que recaudan y coparticipen a la Nación es esencial para terminar con los feudos y el clientelismo.

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